El 2019 pasará a la historia de las movilizaciones sociales en Colombia por la profundidad de las demandas y el sentimiento de cansancio y esperanza que acompañó las concentraciones desde el 21N. No solo es necesario resaltar el número de mujeres y hombres que salieron a marchar y manifestarse en esos días, sino también la diversidad de quienes protestaron, las demandas que enarbolaron, los repertorios de protesta que emplearon, los sucesos de orden público que acontecieron y las medidas que el Estado tomó para hacer frente a los cientos de voces de protesta.
A la convocatoria a Paro realizada por las centrales sindicales, los pensionados y estudiantes, se sumaron en el proceso de organización y en el despliegue de las manifestaciones diversos sectores sociales. Además de los movimientos y las organizaciones que suelen acompañar este tipo de iniciativas, sorprendió el alto número, la presencia y el apoyo de una sociedad que usualmente no se moviliza. Las razones de su presencia en las calles, algunas de ellas plasmadas en las consignas, las conversaciones y los carteles que acompañaron las marchas, concentraciones, plantones y cacerolazos, incluyen:
– La solidaridad de la ciudadanía con los líderes sociales asesinados y con los niños muertos en el bombardeo del ejército nacional en Caquetá.
– Una fuerte convicción de avanzar en la construcción de paz.– El rechazo a propuestas con serias modificaciones al régimen pensional, laboral y tributario.
– La precariedad económica y las desigualdades sociales que muchos colombianos viven en el presente, así como la proyección de un futuro incierto.
– La oposición a sectores políticos que no solo han enarbolado su antagonismo al acuerdo de paz, sino que también han promovido medidas de carácter económico lesivas para las mayorías.
– El desacuerdo con megaproyectos y otras iniciativas que tendrían un alto impacto medio ambiental.
– El rechazo a las violencias contra las mujeres.
Adicional a la participación de los movimientos sociales, y a la presencia de lo que estudiosos de la protesta social como Zibechi (2007) llaman sociedades en movimiento, desde el 21N pudimos observar un cambio profundo, incluso estructural, de la sociedad colombiana, un movimiento de la sociedad que da cuenta de transformaciones culturales, sociales, políticas, emocionales y éticas. En un Macondo acostumbrado y adormecido por una violencia de vieja data y otra más reciente como la vivida en la primera década del presente siglo, se aviva en el presente una postura colectiva de rechazo al uso de la violencia de todos los actores armados y del Estado. Las reacciones masivas en torno a la muerte de Dilan Cruz eran casi que impensables en la década pasada. En medio de una reedición del proyecto de Seguridad Democrática y de la puesta en marcha de una paz negativa, el país es testigo de una ciudadanía que exige cambios profundos, y que ensaya caminos para alcanzarlos.
Sin duda alguna, los jóvenes fueron protagonistas centrales y decisivos de las movilizaciones de finales de 2019. Se trata en parte de ciudadanos y ciudadanas cuya adolescencia transcurrió durante el proceso de paz, quienes no tienen retenidas con tanta fuerza como generaciones pasadas memorias de la violencia del narcotráfico, la guerrilla, el paramilitarismo y el Estado; y quienes no resultaron, como en el gobierno de Pastrana, desencantados por un proceso de paz fallido.
Algunos de estos jóvenes, al tiempo que no tienen un futuro económico y social asegurado a costa de los retos que enfrentan para emplearse (Castillo y García 2019) y la profundización del modelo neoliberal (según el DANE en 2019 el país contaba con 1.300.000 jovenes desempleados y con una tasa de desempleo de ese sector poblacional del 18%), son colombianos convencidos de la urgencia de la paz. Muchos de ellos no pudieron votar ni en el Plebiscito ni en las últimas elecciones presidenciales, y deciden hoy enfrentar en las calles las consecuencias de esas decisiones electorales.
La ciudadanía que salió a las calles en torno a las movilizaciones del 21N le dio a Colombia un respiro, un mensaje de esperanza en un país que al tiempo que implementa con serios obstáculos un acuerdo de paz, se enfrenta a la profundización de la violencia en los territorios, la desigualdad y la polarización política. Este escenario implica retos sustanciales para la democracia participativa y representativa, y desde luego para la propia movilización. Algunos de estos tienen que ver con:
– Mantener el interés ciudadano por demandar y construir los cambios que requiere Colombia.
– Articular una agenda plural de demandas que recojan el anhelo colectivo de cambio social de quienes se movilizaron y apoyaron el legítimo derecho a la protesta.
– Hacer un esfuerzo de articulación y no de división entre los promotores del paro y las movilizaciones.– Construir una plataforma ciudadana de transformación en el corto, mediano y largo plazo que impacte la práctica democrática y la composición del mapa político colombiano, y que al mismo tiempo tenga la capacidad de incidir en la toma de decisiones de los gobiernos nacional y locales.
– Continuar innovando en los repertorios de protesta de forma tal que ésta no se restrinja a marchas, movilizaciones y bloqueos y conciten el interés de más colombianos y colombianas.
– Evitar que las agendas políticas y gubernamentales que van en detrimento del bienestar de las mayorías se materialicen.
– Desterrar la violencia en el tratamiento de la protesta y en la movilización social misma.Con las manifestaciones de noviembre, diciembre y enero el país gana en su conjunto. Estamos hoy siendo testigos excepcionales de una ciudadanía activa que puede contribuir a la profundización y radicalización de la democracia. Quizás único camino para la construcción de una sociedad realmente equitativa, justa y no violenta.