A pesar de que el crecimiento absoluto de la población mundial se ha reducido por debajo de los 80 millones de personas anualmente, el escenario más plausible contemplado por la FAO, es que la humanidad alcanzará los 9.700 millones a mediados de este siglo y los 11.200 para 2100. Este panorama no es nada alentador considerando que, para llegar a alcanzar este nivel poblacional, los sistemas agroalimentarios se han desarrollado a costa de una alta degradación ambiental que aumentará aún más por los mayores niveles de consumo junto con el crecimiento poblacional[1]. Los paisajes agrícolas están dominados por monocultivos, especialmente cereales y oleaginosas, lo que afecta la diversidad agrícola y genética, y la resiliencia de los sistemas agrícolas futuros. Aunque el mundo ha producido más calorías per cápita en los últimos 50 años, la desnutrición y las deficiencias de micronutrientes se mantienen en muchas partes del mundo, mientras que la obesidad es uno de los problemas de salud pública más visibles y considerado una pandemia, es decir una enfermedad propagada a escala global[2].
Ofrecer una nutrición adecuada a la población mundial sin aumentar los impactos negativos al ambiente es uno de los grandes retos contemporáneos y plantea varias preguntas alrededor de las etapas de producción, acceso y consumo de alimentos. Los impactos que genera la agricultura industrial, han llevado el debate hacia conceptos como la soberanía alimentaria. Este concepto propone un modelo alternativo basado en la democratización de los sistemas agroalimentarios, la inclusión de pequeños productores y la producción sustentable. La primera generación de la soberanía alimentaria estaba basada en el derecho a los alimentos saludables y culturalmente apropiados, la producción local, el conocimiento compartido y la agroecología; la segunda generación incorpora valores adicionales como las alianzas locales urbano-rurales, innovaciones democráticas para el co-diseño de sistemas agroalimentarios, la resiliencia basada en la diversidad, la visión de los agricultores no como receptores, sino como co-creadores de conocimiento[3] y la relación de la soberanía alimentaria con la soberanía territorial y los bienes comunes[4]. Como lo plantean estos autores, a medida que la crítica a los modelos de desarrollo basados en el mercado toma fuerza debido a la convergencia de las crisis económica, social y ambiental, es posible que las propuestas de la soberanía alimentaria se conviertan en un concepto conector, capaz de unificar varias corrientes de teoría y práctica de innovación social.
Como parte del debate acerca del modelo agroalimentario que pueda al mismo tiempo aumentar la producción de alimentos saludables y apropiados, reducir el impacto ambiental y ser un generador de justicia social, se hace necesario el desmonte de algunos mitos[5]. Por ejemplo, el mito de que la agricultura comercial es la responsable de alimentar el mundo en la actualidad. Como lo reporta la FAO, tres cuartos de la producción mundial de alimentos proviene de la pequeña agricultura, y al mismo tiempo cerca de tres cuartos de las fincas a escala global miden menos de una hectárea. En segundo lugar, se ha generalizado la idea de que la agricultura a gran escala es más eficiente. Sin embargo, se ha demostrado que, aunque la mecanización puede aumentar la eficiencia en el trabajo humano y en las inversiones de capital, las fincas pequeñas diversificadas producen más del doble por unidad de área que las fincas grandes. Finalmente, se cree que la agricultura comercial es necesaria para alimentar la creciente población, puesto que la agricultura orgánica no alcanza los mismos rendimientos por unidad de área. Pero ya se ha demostrado que la diferencia en la productividad entre los dos sistemas es baja y en todo caso mucho menor que la porción de alimentos que se pierde en los sistemas de transporte y comercialización convencionales[6].
Estos y otros debates alrededor de los sistemas agroalimentarios, como por ejemplo sobre el rol de la ingeniería genética en contraste con la agroecología para garantizar la salud y la sustentabilidad de los ecosistemas, o el papel que deben jugar las dietas y los hábitos de consumo en el contexto de los riesgos para la salud y la incertidumbre provocada por el cambio climático, estarán cada vez más vigentes. Desde el Cider les invitamos a participar activamente en estos debates que definirán en gran medida el curso que tome la sustentabilidad territorial y alimentaria en el siglo en que alcanzaremos el pico más alto de población humana.
[1] Ramankutty,N., Mehrabi, Z., Waha, K., Jarvis, L., Kremen, C., Herrero, M. and Rieseberg, L.H., 2018. Trends in Global Agricultural Land Use: Implications for Environmental Health and Food Security. Annu. Rev. Plant Biol. 2018. 69:789–815
[2]Swinburn, B.A., Sacks,G., Hall, K.D., McPherson, K., Finegood, D.T.,Moodie, M.L., Gortmaker, S.L. 2011. The global obesity pandemic: shaped by global drivers and local environments. The Lancet 378 (9793): 804-814.
[3] Dekeyser, K., Korsten, L. and Fioramonti, L., 2018. Food sovereignty: shifting debates on democratic food governance. Food Security 10: 223–233.
[4] Micarelli, Giovanna. 2018. Soberanía alimentaria y otras soberanías: el valor de los bienes comunes. Revista Colombiana de Antropología 54(2): 119-142.
[5] Montgomery, D.R., 2017. Growing a revolution: bringing our soil back to life. Norton and Company, New York.
[6] Ponisio, L., M’Gonigle, L.K., Mace, K.C., Palomino, J., de Valpine, P., and Kremen, C., 2015. Diversification practices reduce organic to conventional yield gap. Proceeding of the Royal Society B, 282 (1799), https://doi.org/10.1098/rspb.2014.1396